miércoles, 10 de mayo de 2017

El juicio de la quimbumbia de Pineda Barnet

Por Rosa Ileana Boudet
narradora y crítico teatral cubana

Al fin, revisada por su autor, El juicio de la quimbumbia, de Enrique Pineda Barnet, está disponible en Amazon. Recibe una mención en el Concurso Casa de las Américas 1964 –cuando este hacía público esas selecciones–  y se ha mantenido inédita y sin representar desde entonces.
En el teatro cubano, el juicio  es una tradición como la del velorio. De la festiva acusación al danzón en el bufo El proceso del oso, de Ramón L. Morales (1882) a la diligencia judicial en La sombra, de Ramón Sánchez Varona (1937), el lector sabe que hay juicios  en Falsa alarma(1948) de Virgilio Piñera,  El caso se investiga(1957), de Antón Arrufat, El juicio de Aníbal (1958), de Gloria Parrado y en Los perorantes (1957), de Ezequiel Vieta, entre otras, por no hablar del juicio supremo, el del programa radial más popular,  La tremenda corte. En La crónica y el suceso, de Julio Matas, publicada ese año, el  Autor-personaje no puede escribir el tercer acto porque ha sido asesinado  y la Audiencia es un “tinglado” improvisado de la obra que nunca llega a terminarse.
Pero quizás ninguno tan exuberante y surrealista como el de Barnet donde el mismo lugar de la acción se difumina entre sala de justicia y hospital que hace decir/ pensar al  ESCENÓGRAFO: “ ¿Esto es la sala de un tribunal de justicia? ¿Es un hospital o es la capilla de un convento? Es una cárcel de provincia o el garito de una casa de juego?"
Si sumamos intervienen  más de setenta personajes, es un gran espectáculo que utiliza copiosos medios: desde la participación del público a la incorporación de títeres, dobles, baile, pantalla de cine para proyectar filmaciones, entre otros. 

Enrique la escribe en 1958 y la lee en el recién inaugurado Teatro Estudio, cuatro años después de su participación como actor en el montaje de Lila, la mariposa, de Rolando Ferrer, dirigido por Andrés Castro en Las Máscaras, con un reparto formidable y escenografía de Raúl Martínez. Se dice fácil pero un comienzo así es una marca.   De esos años data su relación con la Olympia de la obra: Olga Connor (Olga Fernández Villares entonces), responsable de su recuperación actual. Las cartas intercambiadas entre Violín (Enrique) y Olympia (la enfermera lírica del texto) en la edición, recrean aspectos de esa amistad y de la obra que Olympia  sintetiza como "aspectos de la locura cubana". 
Pineda Barnet me ha enviado estas notas sobre de la pieza.
 Los jueces están juzgando un acto de revuelta, que el fiscal presenta, pero en la forma en que el autor desarrolla el juicio, hay una lentitud cruel, una ironía justiciera en los trámites y la cantidad de peripecias.
Aquí se ve la alternativa entre los leales a una causa y los que la traicionan. Hay la crueldad de jueces, fiscal y policías, pero también de lapoblación. Entre la rumba y la comparsa, se busca la justicia y la humanidad, sin que haya éxito. Lo más importante es el desarrollo, con tantas acotaciones para la escenografía y los actores que da la impresión de un filme en ciernes. Pero no hay tal, es drama purísimo, que convierte a los actores en público y al público en actores.”

Con mucho acierto, Norge Espinosa señaló en la presentación habanera del volumen, su vínculo con la experimentación de esos años. 

Era un momento en el cual el teatro cubano iba entrando de lleno en una discusión que luego estallaría de modo espectacular: ese debate entre realismo y nuevas tendencias que apelaban al absurdo, a la crueldad, al teatro documental, al surrealismo, que desató enconadas discusiones y, lamentablemente, terminó con el corte abrupto que en los años 70 desterró gran parte de lo más provocador de nuestros escenarios.
1964 es el año de Maité Vera con Las yaguas y José Ramón Brene con El gallo de San Isidro y Fiebre negra, también del estreno de Contigo, pan y cebolla, de Héctor Quintero. El momento en que  autores “de transición” reconsideran y reformulan sus presupuestos con amargo escepticismo. Carlos Felipe en Los compadres y Rolando Ferrer en Las de enfrente. Se publica Los mangos de Caín, de Abelardo Estorino y en la Casa de las Américas se realiza una mesa redonda sobre el ¿Teatro actual?  El juicio de la quimbumbia nace en esa encrucijada y plantea, fuera del teatro de cámara o el costumbrismo, retos entonces insalvables ya que los grandes montajes de los sesenta (de El baño de Mayacovski a El círculo de tiza caucasiano, de Brecht), van quedando atrás por razones fundamentalmente económicas. Pero no estoy segura de que por ese motivo haya pasado inadvertida durante estos años. 
De lo que estoy segura es que son muchísimas las obras inadvertidas y/o nunca publicadas. Soy responsable de una de estas porque cuando leí Cambula, otra obra  excelente de Pineda Barnet, preparaba una antología de obras cubanas sobre el tema de la mujer donde estaba también Ana, de Ignacio Gutiérrez y muchísimas otras. Pero la editorial canceló el proyecto y yo la olvidé. Ana se representó dirigida por Dumé. Quizás  pueda rescatar Cambula como ha hecho Olympia o las nuevas Olympias reparen en los vacíos que otros dejamos. 

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